POST ARQUITECTURA - INTRODUCCIÓN A LA PSICOARQUITECTURA

30.08.2020

Cuando pedimos a alguien que nos diga lo primero que le venga a la mente al escuchar la palabra "arquitectura", el resultado suele ser una obra arquitectónica emblemática moderna o antigua, un arquitecto conocido, una herramienta que empleamos e incluso algún que otro prejuicio debido a la mala fe de algunos colegas de profesión. La arquitectura, no en vano, es una de las consideradas seis bellas artes clásicas. Pero Vitrubio ya hace 2.000 años en sus escritos sobre arquitectura no solo consideraba la "venustas" (belleza) como único componente de ésta, sino que añadía a la buena obra arquitectónica dos componentes más: "firmitas", es decir, una correcta ejecución constructiva de la obra para que ésta perdure en el tiempo, y "utilitas", cuando la obra realizada sirve a la función para la que fue concebida.

Veinte siglos después, la arquitectura ha alcanzado cotas insospechadas de sofisticación en cuanto a materiales y técnicas, el "firmitas". La belleza también sigue siendo un componente clave a la hora del reconocimiento social de la disciplina, y se proyectan obras para las nuevas necesidades propias de nuestros tiempos. La "utilitas" es la que más sufre en la arquitectura moderna, ya que los criterios empleados por los profesionales de la arquitectura están demasiado basados en juicios y experiencia personal y muy poco en la ciencia. A esto hay que sumarle dos cosas que no han cambiado:

La primera de ellas es que la innovación arquitectónica sigue al servicio del 1% más poderoso. En el siglo XV esta arquitectura era financiada mediante relaciones de mecenazgo, como la de la familia Medici con Miguel Ángel. Hoy, la innovación en vivienda suele darse en las clases más altas donde el ajuste presupuestario es menos asfixiante, y la innovación en edificios públicos queda excesivamente condicionada por la corrupción de la clase política y la intención de crear edificios-icono de cara al sector turístico y la imagen de la ciudad. La arquitectura de a pie es víctima de innumerables trabas burocráticas, falta de principios éticos y precariedad de la profesión. En España durante el "boom" inmobiliario pudimos observar verdaderas aberraciones arquitectónicas y urbanísticas, desaprovechando la oportunidad que nos brindó la crisis para replantear la profesión.

La segunda es el ego de los arquitectos. Muchos arquitectos queremos proyectar tantos aspectos de nosotros mismos en una obra, que nos seguimos olvidando que al final, la arquitectura pierde todo sentido si no sirve a su fin último: ser habitada por el ser humano. Hacemos obras que cumplan con nuestras propias expectativas, olvidando en última instancia el objetivo.

Por otro lado, la masificación de titulados en Arquitectura ha provocado que los profesionales de esta disciplina nos hayamos tenido que reinventar. Cada actuación cuenta más que nunca en nuestra carrera profesional, y por tanto es cuidada con más detalle para poder sobrevivir en un mercado altamente competitivo, donde es habitual encontrar arquitectos jóvenes que ganan menos que profesiones a pie de obra como encofradores, electricistas o fontaneros.

En una de las profesiones clásicas cuyos valores más se han prostituido, somos una pequeña resistencia los que continuamos con ganas de hacer las cosas bien. Mi camino me llevó a estudiar Psicología cuando finalicé Arquitectura. Una ciencia de la salud que aparentemente no tiene nada que ver con el mundo de la arquitectura, pero que una vez descubierta consideraría obligatoria para cualquier profesional de la arquitectura. O como mínimo, adquirir una extensa formación en este campo.

¿Por qué? Porque cuando un arquitecto crea una obra, ya sea una vivienda o un edificio público, forma parte del proceso proyectivo visualizar cuál va a ser el impacto de la obra sobre las personas que vivan el espacio. Cómo se relacionarán en él, como lo percibirán con sus cinco sentidos, cómo les afectará, qué sensaciones les provocará, etc. En definitiva, cómo la arquitectura impactará en la vida de las personas que la habiten.

En la práctica, y desde la humildad, los arquitectos no somos capaces de imaginar tal abrumadora cantidad de posibles escenarios. Y lo que es peor, este aspecto que debería de ser clave a la hora de proyectar, suele ser un aspecto secundario en los procesos creativos. Factores como la facilidad constructiva, la estética o el cumplimiento de la normativa adquieren habitualmente mucha más prioridad, y tan solo se dejan a un lado cuando se dispone de un presupuesto generoso y normativa laxa. Es decir, cuando se proyectan viviendas de lujo o proyectos titánicos.

Para un profesional de la psicología al uso, especialmente para alguien interesado en campos como la neuropsicología, la percepción o la psicología de la salud, realizar esa parte del proceso creativo resultaría una labor apasionante a la par que frustrante. Apasionante al proyectar no solo los aspectos que ya he mencionado, sino al ir un paso más allá y diseñar espacios que curen enfermedades, que nos ajusten emocionalmente, que potencien nuestras capacidades o que mejoren la productividad de una empresa. Pero frustrante porque conoceríamos mucha teoría, pero no sabríamos cómo ejecutar esos conocimientos y plasmarlos en una obra arquitectónica.

Y aquí comienza mi historia, cuando un Licenciado en Arquitectura decide formarse en Psicología y fusionar ambas especialidades. Cuando el que sabe construir arquitectura empieza a conocer cómo la arquitectura nos construye.

Gonzalo Bonet (@GBCLopi)

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