ODIO A PRIMERA VISTA

05.06.2021

Las redes sociales como Facebook o Twitter, y en especial esta última, nos ofrecen un contexto de relación social que en nuestro modo de vida (especialmente durante la pandemia) resulta difícil de encontrar: entablar un debate con una persona desconocida. Sí, es cierto que de forma espontánea pueden surgir debates en algunas situaciones de la vida real, pero como solemos relacionarnos en círculos sociales cerrados, estos debates se dan con gente con quien ya hemos interactuado previamente tratando temas más informales o de quien tenemos suficiente información como para que esto influya en la forma de abordar el debate, por ejemplo, evitando tocar temas en los que sabemos que es contraproducente tratar con esa persona o adaptando nuestro discurso para evitar que el interlocutor se ponga a la defensiva.

En Twitter esto no pasa. Sería el equivalente a entrar solo en un gigantesco bar y en base a unos segundos de conversación que escuches de otra persona, entrar en frío a debatir con ella. Para que ese debate que acabas de iniciar sea mínimamente productivo, sería imprescindible que por mucho que te haya escandalizado el tweet al que vas a responder (porque puedes elegir no contestar o incluso bloquear y denunciar a esa persona), la forma de dirigirte a la otra persona implique unos requisitos mínimos de respeto, así como tener una predisposición a ser flexible con el prejuicio que ese tweet al que contestamos nos ha creado y poder reevaluar a medida que se vaya desarrollando el debate nuestra opinión sobre él/ella.

Quien frecuente esta red social se habrá dado cuenta de que la inmensa mayoría de los usuarios habitualmente hace justo lo contrario. Creo que una de las mejores formas de interpretar por qué sucede esto (aunque podríamos desarrollarlo mucho más) la encontramos en una teoría que probó por primera vez el matrimonio Muzafer y Carolyn Sheriff en el experimento de Robber's Cave (podéis ver el vídeo muy bien explicado en inglés más abajo), y que ha sido contrastada en numerosas ocasiones.

El experimento constó de tres fases. En la primera se realizó una convivencia donde dos grupos separados de 11 niños cada uno que no conocían la existencia del otro grupo fueron llevados a hacer actividades que fomentaran el compañerismo entre ellos. Las relaciones entre los niños (intragrupo) se crearon y desarrollaron muy fácilmente, así como una jerarquía interna de poder. Una vez creadas estas relaciones, se puso en contacto a ambos grupos mediante competiciones y se alentaron fricciones artificiales, las cuales generaron una hostilidad entre ambos grupos que llegó incluso a comprometer el experimento. Finalmente se introdujeron problemas que afectasen a ambos grupos y que únicamente mediante colaboración pudieran resolverse, como un camión atascado en mitad de la carretera que requiriera de ambos grupos para empujarlo.

Dejando a un lado la última fase que quizá sea la solución al problema y podríamos tratarla en otro artículo, las dos primeras fases arrojan ideas interesantes que podemos aplicar a la hora de analizar lo que está ocurriendo en Twitter. En primer lugar, el potente efecto que tiene el compartir actividades entre miembros de un mismo grupo. En Twitter observamos que los sectores con más tendencia a la radicalización suelen seguir un sistema que podríamos resumir en "sígueme y te sigo". Son grupos de personas que se siguen entre ellos y crean una red bastante hermética que llega a desarrollar un folklore común en forma de orígenes culturales, memes, terminología, simbología, ideología política, etc., que satisface el sentimiento de pertenencia y afiliación de muchos de esos usuarios, que sienten los ataques a miembros del grupo como propios y acaban identificando el folklore del grupo como propio. El individuo, para no sentirse desplazado del grupo, acaba modificando sus propias creencias y comportamiento adaptándolas en la dirección que le marca el grupo.

Y aquí entra en juego lo que ocurrió en la segunda fase del experimento. Uno de los factores identificativos más potentes en un grupo es tener un enemigo, un rival que encarne los valores opuestos, hasta el punto de que en Twitter la gente que pertenece a grupos herméticos acaba interpretando tweets aislados como prueba inequívoca de que el otro usuario es parte del enemigo, y se une al ataque sin cuestionase lo más mínimo cómo es la persona que hay detrás. La polarización política que ha sufrido España en los últimos años ha hecho de Twitter un auténtico campo de batalla donde aunque no pertenezcas a ninguno de estos grupos herméticos y conserves tu personalidad individual, un tweet aislado puede acabar colocándote en el punto de mira, con el cartel de enemigo público para el grupo que se sienta aludido.

Un ejemplo práctico de ello lo he observado recientemente estos últimos días. Tras tener un encontronazo en Twitter con varios usuarios de ideología extrema que me contestaron a un tweet empleando simbología supremacista y afirmaron sin ningún pudor serlo, puse un tweet dirigido a esas cuentas extremas que ciertamente podía ser malinterpretado si se tomaba de forma aislada. Una de esas cuentas con más difusión y perteneciente a uno de esos grupos herméticos tomó el tweet, lo reinterpretó y lo difundió al resto de miembros. El resultado ha sido recibir en un par de días un goteo continuo de más de 500 menciones, las cuales dos de cada tres eran simplemente insultos genéricos relacionados con mi trabajo, estudios, físico, inteligencia o supuesta ideología proyectada., y el tercio restante desarrollaban más en profundidad la caricatura del personaje atribuyéndome todo tipo de cualidades compatibles con el estereotipo de enemigo de su grupo. Me desahogué con los primeros, y a los que simplemente mostraban el prejuicio y no insultaron, les interpelé de buenas maneras para que me explicaran por qué me atacaban sin conocerme, y tras varios intercambios de tweets la mayoría consolidaba el insulto y era incapaz de conceder que habían prejuzgado, a pesar de que a muchos de ellos les dije que sonaba prepotente si no tenían en cuenta el contexto. Estaban juzgando un tweet donde según ellos yo estaba poniendo etiquetas a quien no piensa como yo, y al mismo tiempo atribuyéndome a mi todo tipo de etiquetas.

Lo que ocurrió en estos últimos casos sigue un proceso que se conoce como profecía autocumplida, ampliamente desarrollado en psicología, y que tiene que ver con las expectativas creadas hacia la otra persona. Si alguien a quien respetas te presenta a un candidato para un puesto y antes de hacerlo en privado te habla bien de él/ella, es mucho más probable que pases por alto aspectos negativos que si ocurre al contrario. Y lo mismo ocurre en este caso. Si una persona parte con el prejuicio que le han presentado sobre otra de que es alguien prepotente que califica a la primera de cambio a alguien y que forma parte del enemigo, es prácticamente imposible que se revierta la situación y te acabe cayendo bien, por muy independiente que sea tu propio pensamiento.

Regresando al inicio, mi conclusión es que realmente muy poca gente emplea Twitter para debatir, y mucho menos adoptando una postura abierta. Simplemente utiliza Twitter para dejarse llevar y emplearlo como canalizador de odio. Todos tenemos días malos, y por supuesto me incluyo, donde insultamos a alguien que no piensa como nosotros y que realmente no está cruzando la línea roja que diferencia una opinión de un extremista, cuando lo que dices implica violar flagrantemente la libertad de otros, como es el caso de actitudes totalitarias, supremacistas, homófobas, etc.

Si habéis llegado hasta aquí, os pediría que cuando vayáis a interactuar con alguien Twitter os hagáis siempre una pregunta: ¿esta persona (que no el tweet) cruza la línea roja? En caso afirmativo, no le contestéis, bloqueadla y denunciadla. En caso negativo, debatid con respeto.

Gonzalo Bonet (@GBCLopi)

© 2019 Post Politics. Todos los derechos reservados.
Creado con Webnode Cookies
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar