- DIARIO DE LA CUARENTENA #5 - EL DILEMA NEGRE -

15.05.2020

Llevamos muchos días de pandemia y el desconfinamiento apenas acaba de empezar. Con la sociedad encerrada en sus casas, informados en su mayoría únicamente mediante televisión, mensajes de Whatsapp y diarios digitales, el caldo de cultivo es perfecto para la proliferación de una nueva forma de guerra política: el bulo. Hablábamos en anteriores entregas de este diario de que la noticia del coronavirus era una tormenta perfecta para el periodismo; el crecimiento exponencial y el ser una amenaza novedosa y su gran impacto en vidas humanas es algo que fascina al lector o radioyente.

Y desde el primer momento, el pseudoperiodismo en España (para equipararlo narrativamente al nivel de la pseudociencia) aprovechó la tendencia natural del ser humano a la búsqueda de información congruente con sus esquemas acerca del mundo para empezar a crear noticias falsas. Lo que estos días conocemos como "bulo", palabra que ha acabado perdiendo gran parte de su significado de tanto uso, sobre todo porque al igual que "democracia" o "constitucionalista", es empleada a menudo por quienes estos días menos respeto tienen a la verdad.

Un bulo es una información que, si está bien diseñado, parte de información cierta (o parte de una información falsa ya aceptada mayoritariamente como cierta) para atraer la atención del receptor. A partir de ahí, añade información intencionadamente falsa, siempre congruente con el esquema mental prototípico del receptor, el cual acaba llegando a una conclusión falsa esperada por el emisor.

Decimos que este momento que vivimos es un caldo de cultivo perfecto para la difusión de bulos porque se juntan varios catalizadores:

  • Por un lado, nos encontramos con un estado de ánimo alterado debido al confinamiento, en ocasiones con síntomas claros de ansiedad y otras patologías. Y con miedo provocado por la incertidumbre, a lo que no podemos ver ni controlar. Este estado de ánimo hace que nuestro cerebro prime nuestro sistema límbico para responder de forma instintiva, limitando el flujo de información desde y hacia la corteza frontal, que es el área del cerebro que nos permite realizar razonamientos más elaborados. Vamos, que tendemos más a dar veracidad a la información y a razonarla menos. Aunque algunos realmente nunca hagan esto último habitualmente, la consecuencia es que mucha más gente pasa a actuar de esta forma.
  • Por otro, existen hoy en día muchos medios de difusión de la información. Especialmente peligroso es la mensajería instantánea como Whatsapp o Telegram, ya que rara vez podemos rastrear la fuente e inconscientemente al ser recibido por personas próximas a nosotros, damos a la información recibida una mayor veracidad.
  • Y por último, la polarización de la sociedad. Desde la ruptura del bipartidismo, y especialmente con la irrupción de la ultraderecha, la argumentación política se ha polarizado, creando dos bloques atrincherados. Todos los principales partidos saben que atacar al rival del bloque contrario les da votos dentro de su bloque.


Como dato curioso, ningún partido parece darse cuenta de que el trasvase de votos entre bloques prácticamente se ha detenido, encontrándonos en España ahora mismo en un empate técnico entre bloques que dificulta muchísimo la gobernabilidad. Pero ese es otro tema.


Volviendo al tema del artículo: ¿qué hacemos con los bulos? Estas últimas semanas hemos tenido bastante polémica sobre este asunto debido a una serie de personas financiadas por el bloque conservador, con Javier Negre como cabeza visible, que han creado toda una maquinaria con la explícita intención (ellos mismos lo dicen) de acabar con el Gobierno. Lo hacen tanto en su propio programa de Youtube como participando en tertulias televisivas y difundiendo mensajes en redes sociales. Para el telespectador medio es información claramente falsa y manipulada, pero genera audiencia y morbo y los medios y los propios usuarios neutrales en las redes les dan difusión. No es nada nuevo, pero la actitud descarada y la situación excepcional han dado mucho de qué hablar.

"Pero si sabemos que es información falsa... ¿por qué no prohibimos los bulos?" Ese es el planteamiento del bloque progresista en España, especialmente Podemos, que ha puesto sobre la mesa ese debate tan ambiguo de "censurar la información falsa".

El bloque conservador, redactor hace no mucho de la conocida "Ley mordaza" y heredero de una dictadura que obligaba a la población a sintonizar en la clandestinidad radios extranjeras para poder informarse, se lleva las manos a la cabeza alegando que censurar los bulos (o mejor dicho "sus" bulos, porque ni progresistas ni conservadores reconocerán que su bloque generan bulos) atenta la libertad de expresión. 

Y realmente, aunque sea de una forma hipócrita, tienen razón. Si separamos los bulos de los actos constitutivos de delito asociados a la difamación, derecho al honor y la intimidad y demás, realmente difundir bulos no es un delito en sí mismo y entra dentro del derecho inviolable a la libertad de expresión. Además, demostrar que se comete con ello uno de los delitos mencionados es difícil, a menos que sea flagrantemente obvio. Y quien crea bulos, se guarda de que no sea así. 

Al fin y al cabo nos estamos realmente haciendo la pregunta de "¿se deben prohibir los bulos en un estado democrático y de individuos libres?" La respuesta es un rotundo no, ya que presenta dos problemas de base. El primero es quién decide que algo es o no es un bulo. La verdad como concepto absoluto en una sociedad libre jamás puede ser un poder que recaiga en manos de una parte de la población, ya que esa es la base de la libertad. Como mucho pueden existir plataformas de "fact-cheking", que al fin y al cabo son un tipo de periodismo basado en el contraste de noticias mediante datos, y estas plataformas al igual que otros medios de comunicación deberán garantizarnos su independencia, especialmente del poder o de grupos con intereses en él. Pero seguirá dependiendo de nuestro criterio racional decidir si nos creemos la información o no.

Esto enlaza con el segundo problema. Si nos planteamos la censura de información falsa desde un punto de vista bienintencionado es en primer lugar por protección, "para proteger a las personas y que no se crean los bulos". Es decir, asumimos que la gente es estúpida y no es capaz de analizar la información de forma racional. No hace falta decir que esta asunción es gravísima, porque cuestionaría el propio concepto de democracia. Y realmente es tentador pensar que si los estúpidos son mayoría, es el fin de la democracia, ¿pero qué alternativa realista hay a una democracia?

Si queremos cambiar nuestra sociedad, hemos de ser realistas y trabajar con las opciones de las que disponemos hasta que se nos abran nuevas alternativas de mejora, como la democracia directa. Mientras tanto, si queremos respetar los derechos y libertades que tenemos actualmente y no retroceder en ellos, la única opción de la que disponemos es la educación en la racionalidad, y la mejor arma contra los bulos es negarles la visibilidad y difusión.

Ya lo dijo Paul Anka en los Simpsons: "a los monstruos no mirar".

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